Extractos de un artículo de Manuel Martín Ferrand publicado en ABC el 15 de enero de 2009
La Administración, en cualquiera de sus estamentos y niveles, tiende a ser invasiva, a ocupar todos los espacios disponibles. Se trate de organismos del Estado, de las Autonomías o de naturaleza municipal, un metro cuadrado desocupado, uno solo, es la semilla que fructificará un nuevo empleado público con retribución más cierta y concreta que su propia función. Un país, como el nuestro, con cerca de tres millones de funcionarios, a más de un notable capítulo salarial, tiene en ellos un manantial de gastos que, desde la calefacción a los transportes, supone un pico notable, y hasta doloso, en las cuentas del Estado y, por ello mismo, en nuestros bolsillos contribuyentes.
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El gran despilfarro de la Administración, en cualquiera de sus planos, arranca de su volumen desmedido e innecesario y continúa por las sinecuras y costos sin cuento que generan todos cuantos tienen posibilidad de gastar con cargo al Presupuesto. De lo que debiera tratarse es de reducir la dimensión de lo público a los límites de la necesidad.

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