Publicado por Manuel Martín Ferrand en ABC el 2 de julio de 2010

El desdén español y los recelos portugueses, o viceversa, son la gran frontera que históricamente separa los dos Estados que, con Gibraltar –una desgracia– y Andorra –una hermosa anécdota–, componen el mosaico político construido sobre la realidad geográfica peninsular. Es una lástima porque en tiempos de globalización y engrandecimiento de los horizontes el acercamiento entre España y Portugal, lo que el DRAE define como iberismo, parece más deseable que nunca, aunque los hechos sigan demostrando la inviabilidad de un sentimiento más generalizado de lo que quiere reconocerse. La moda política, tan intelectualmente paupérrima y económicamente empobrecedora está más cerca de las escisiones nacionalistas, imprescindibles para la supervivencia de los eternos caciques, que de los ensanchamientos territoriales con vocación de grandeza nacional y eso, salpicado con unas gotas de electoralismo, afianza la vocación que los mochuelos tienen por su propio olivo.